Solidaridad sin distancias

Los saharauis disfrutaron junto a sus monitores de una jornada playera.EL CORREO (2015-09-05)
De Madrid, Barcelona y Valencia. De Andalucía, Murcia y Canarias. Hasta de Inglaterra. También de más cerca, como La Rioja y Navarra y, por supuesto, de al lado de casa. Hasta noventa voluntarios de todo el país y de fuera se han ofrecido para participar como monitores de once niños y niñas saharauis con discapacidad procedentes de los campamentos de refugiados de Tinduf, un proyecto promovido por la asociación duranguesa Río de Oro que se lleva a cabo en el albergue de Izurtza en julio y agosto.

Todo comenzó hace tres años. Mikel del Arco, diseñador gráfico de profesión, descubrió la iniciativa en Italia y vio que esta necesidad no estaba cubierta en España, así que impulsó el campamento junto a Maider Caballero y Aitor Lejarazu. «El objetivo era dar una oportunidad a muchos chavales que de otra manera no podrían evitar el intenso calor del desierto argelino o pasar revisiones médicas. Las organizaciones del país alpino no pueden recibir a todos y las familias no suelen acoger a niños con discapacidad por temor», explica del Arco.


El primer año fue difícil -«no quise pensar en el futuro hasta que todo acabó»- pero el segundo este diseñador ya supo que el campamento tendría continuidad. A medida que el proyecto ha ido creciendo, ha llegado a oídos de más gente, que ha querido sumarse a esta idea solidaria. El boca a boca, las redes sociales o la página web han sido las vías de comunicación. Nadie cobra y el viaje desde su lugar de origen hasta la pequeña localidad del Duranguesado lo costean de su propio bolsillo. «Este año hemos hecho un calendario con turnos semanales para que todo el mundo pudiera formar parte de esta gran familia que somos ya, pero lo más probable es que el año que viene reduzcamos el número de voluntarios y alarguemos su paso por aquí», señala Caballero.

La mayoría son jóvenes de entre 18 y 21 años, pero también ha participado gente de 30 y 35 y la experiencia previa no es un requisito. «Cuando llegan quizá se sienten un poco perdidos el primer día, pero enseguida entran en la dinámica». Por encima del continuo cambio de caras que supone el paso de noventa personas, del Arco destaca la «energía» que aporta la llegada de cada nuevo voluntario.

"Sirvo para esto"
«Sacar adelante el día a día supone un gran desgaste porque hay que hacer de todo: encargarse del transporte y cuidado de los niños y niñas, hacer la comida, limpiar, organizar actividades... Y cada persona te aporta una cosa diferente». Además de la decena de voluntarios diarios están siempre los tres miembros de la asociación como coordinadores y ‘Sheij’, apelativo de Mohammed Omar, que además de monitor actúa de intermediario con las familias e intérprete. «Hemos aprendido a decir en ‘hassaniya’ las palabras clave: para, despacio, cuidado, ven…», comenta del Arco.

Todos los voluntarios aseguran sin dudarlo: «Repetiría». Barney García llegó desde el sur de Inglaterra para aprender castellano y conoció el proyecto a través de su pareja, una euskaldun que ya ha participado en las tres ediciones. «Había trabajado antes con niños aunque sin ningún tipo de diversidad funcional. Aquí he aprendido que hay que buscar la manera de acercarse a ellos para que cada uno saque su personalidad».

Desde Sevilla subió Ana Ansede porque le atrajo la posibilidad de estar con chavales discapacitados y de paso conocer Euskadi. Hoy reconoce que el día de su partida acabó llorando. «No me quería ir». Por eso no duda en sostener que «quien vaya, se enamorará». El madrileño Ramón Labiaga aprovechaba sus vacaciones para sumarse cada año a la iniciativa, aunque en esta ocasión se ha venido desde México. «Te dan más ellos a ti que al contrario», asegura. Él estudió Administración y Finanzas y ocupaba un puesto «que me llenaba económicamente, pero no personalmente». Su paso por Izurtza le cambió. «Yo era de los que pensaba en tonterías como que me podían ‘pegar’ algo y descubrí que servía para esto».

Le impactó el caso de Yahya, un niño con síndrome de Down que fue sometido a tres operaciones de corazón en Cruces. «Cuando llegó no podía dar ni cuatro pasos y hoy está corriendo. Gracias a Río de Oro se ha salvado una vida». Por eso afirma que nunca se sabe qué repercusión va a tener lo que uno haga, «solo puedes poner la semilla». Es lo que ha pasado con esta asociación de Durango. «Aquí no se paga y mira la respuesta de la gente. Al final, haciendo feliz eres feliz»