De Madrid, Barcelona y Valencia.
De Andalucía, Murcia y Canarias. Hasta de Inglaterra. También de más cerca,
como La Rioja y
Navarra y, por supuesto, de al lado de casa. Hasta noventa voluntarios de todo
el país y de fuera se han ofrecido para participar como monitores de once niños
y niñas saharauis con discapacidad procedentes de los campamentos de refugiados
de Tinduf, un proyecto promovido por la asociación duranguesa Río de Oro que se
lleva a cabo en el albergue de Izurtza en julio y agosto.
Todo comenzó hace
tres años. Mikel del Arco, diseñador gráfico de profesión, descubrió la
iniciativa en Italia y vio que esta necesidad no estaba cubierta en España, así
que impulsó el campamento junto a Maider Caballero y Aitor Lejarazu. «El
objetivo era dar una oportunidad a muchos chavales que de otra manera no
podrían evitar el intenso calor del desierto argelino o pasar revisiones
médicas. Las organizaciones del país alpino no pueden recibir a todos y las
familias no suelen acoger a niños con discapacidad por temor», explica del
Arco.
El primer año fue
difícil -«no quise pensar en el futuro hasta que todo acabó»- pero el segundo
este diseñador ya supo que el campamento tendría continuidad. A medida que el
proyecto ha ido creciendo, ha llegado a oídos de más gente, que ha querido
sumarse a esta idea solidaria. El boca a boca, las redes sociales o la página
web han sido las vías de comunicación. Nadie cobra y el viaje desde su lugar de
origen hasta la pequeña localidad del Duranguesado lo costean de su propio
bolsillo. «Este año hemos hecho un calendario con turnos semanales para que
todo el mundo pudiera formar parte de esta gran familia que somos ya, pero lo
más probable es que el año que viene reduzcamos el número de voluntarios y
alarguemos su paso por aquí», señala Caballero.
La mayoría son
jóvenes de entre 18 y 21 años, pero también ha participado gente de 30 y 35 y
la experiencia previa no es un requisito. «Cuando llegan quizá se sienten un
poco perdidos el primer día, pero enseguida entran en la dinámica». Por encima
del continuo cambio de caras que supone el paso de noventa personas, del Arco
destaca la «energía» que aporta la llegada de cada nuevo voluntario.
"Sirvo para
esto"
«Sacar adelante el
día a día supone un gran desgaste porque hay que hacer de todo: encargarse del
transporte y cuidado de los niños y niñas, hacer la comida, limpiar, organizar
actividades... Y cada persona te aporta una cosa diferente». Además de la decena
de voluntarios diarios están siempre los tres miembros de la asociación como
coordinadores y ‘Sheij’, apelativo de Mohammed Omar, que además de monitor
actúa de intermediario con las familias e intérprete. «Hemos aprendido a decir
en ‘hassaniya’ las palabras clave: para, despacio, cuidado, ven…», comenta del
Arco.
Todos los
voluntarios aseguran sin dudarlo: «Repetiría». Barney García llegó desde el sur
de Inglaterra para aprender castellano y conoció el proyecto a través de su
pareja, una euskaldun que ya ha participado en las tres ediciones. «Había
trabajado antes con niños aunque sin ningún tipo de diversidad funcional. Aquí
he aprendido que hay que buscar la manera de acercarse a ellos para que cada
uno saque su personalidad».
Desde Sevilla subió
Ana Ansede porque le atrajo la posibilidad de estar con chavales discapacitados
y de paso conocer Euskadi. Hoy reconoce que el día de su partida acabó
llorando. «No me quería ir». Por eso no duda en sostener que «quien vaya, se
enamorará». El madrileño Ramón Labiaga aprovechaba sus vacaciones para sumarse
cada año a la iniciativa, aunque en esta ocasión se ha venido desde México. «Te
dan más ellos a ti que al contrario», asegura. Él estudió Administración y
Finanzas y ocupaba un puesto «que me llenaba económicamente, pero no
personalmente». Su paso por Izurtza le cambió. «Yo era de los que pensaba en
tonterías como que me podían ‘pegar’ algo y descubrí que servía para esto».
Le impactó el caso
de Yahya, un niño con síndrome de Down que fue sometido a tres operaciones de
corazón en Cruces. «Cuando llegó no podía dar ni cuatro pasos y hoy está
corriendo. Gracias a Río de Oro se ha salvado una vida». Por eso afirma que
nunca se sabe qué repercusión va a tener lo que uno haga, «solo puedes poner la
semilla». Es lo que ha pasado con esta asociación de Durango. «Aquí no se paga
y mira la respuesta de la gente. Al final, haciendo feliz eres feliz»